«A veces hay tantísima belleza en el mundo que siento que no lo aguanto.»
American Beauty (1999) es una película del género dramático, dirigida por Sam Mendes y escrita por Alan Ball, ganadora de cinco premios Óscar, entre ellos a mejor película, mejor director, mejor guion original y mejor actor. Pero una de las cuestiones que más atañe a este filme es su concepción y presentación de la belleza, pues el uso de la estética, en su más amplio horizonte filosófico, se ve reflejado en cada una de las escenas de la película, quizá culminando de manera casi teológica, y cubriendo por completo el trascendentalismo americano. Y es que, una de las preguntas presentada a los espectadores es: ¿cómo puede algo tan ordinario ser tan bello? La apuesta cinematográfica va mucho más allá de temas narrativos, de guion o interpretaciones. Presenta planos trabajados, diálogos desternillantes y melancólicos e interpretaciones impecables, pero American Beauty pretende, y en mi opinión consigue, reflejar belleza en cada fotograma; sin embargo, ¿belleza para qué?
Para esclarecer un poco los aspectos estéticos en esta película, es importante centrarnos primero en el tema principal. American Beauty es una película sobre la vida y el amor, con una fuerte influencia del trascendentalismo americano. Esta corriente filosófica, religiosa y artística, incide en que la evidencia de la verdad ha de ser descubierta internamente; y es por eso que nuestro protagonista, Lester Burnham (Kevin Spacey), consigue descubrir su propio sentido de la vida a través de su evolución narrativa. Harold Bloom, crítico literario, afirma que poetas como Walt Whitman expresan estas ideas trascendentalistas en las que existe un yo externo que se da a conocer al mundo, y uno interno que acaba trascendiendo a todo lo material. Pero, ¿qué tiene esto que ver con la estética?
Quizá el mayor rasgo estético, o al menos el más evidente para el espectador, sea la aparición del color rojo. Éste nos guía, desde su primer fotograma, a través de toda la película. El color es familiar para el espectador, y más importante, es un color asociado culturalmente a las ideas de vida y amor. Sam Mendes usa este tono como puente de unión estético, recreando además secuencias llenas de sexualidad, o en la que se nos habla de la vida o la muerte. Sin embargo, el director inglés cubre de rojo todo lo que no es real; es decir, el rojo se aparece al espectador como algo ficticio, vacío, falso y sin vida.
De acuerdo a la filosofía trascendentalista, la búsqueda de la verdad no está fuera, y es por ello que American Beauty critica de manera satírica todo lo que está adornado, haciéndonos comprender que de nada sirve tener un jardín lleno de flores cuidadas cuando uno se siente vacío por dentro. La rosa se convierte así en una falsa ilusión de la belleza.
Por el contrario, el director utiliza otro elemento con el que consigue recrear una de las secuencias más conocidas del cine: la bolsa. La escena muestra una bolsa de plástico bailando con el viento, sin artificios. El encuadre se va cerrando para dejar al espectador contemplar lentamente la belleza detrás de lo común; como nos está contando Ricky (Wes Bentley): «es el día en que descubrí que existe vida bajo las cosas». La iluminación es fundamental para la estética de la película, pero quizá tenga más fuerza a lo largo de esta escena, pues cubre con un rayo de luz las caras de los dos enamorados «una fuerza increíblemente benévola que me hacía comprender que no hay razón para tener miedo, jamás». Cuando finaliza la secuencia, Jane, (Thora Birch), lleva la mano de Ricky hacia la luz, dando a entender que ambos se encuentran en armonía.

Ralph Waldo Emerson postula que el alma de cada individuo es idéntica al alma del mundo, y contiene lo que el mundo contiene. Es así que los personajes en American Beauty funcionan como entidades catárticas, a excepción de Frank Fitts (Chris Cooper), porque encuentran una vía interna de purificación más allá del mundo artificial en el que se desenvuelven; por ello, aceptan la belleza del mundo tal y como es. Su alma ahora es idéntica a la del mundo, no una representación hueca. Es en esta aceptación y conocimiento, que se alejan cada vez más de la visión convencional americana, donde lo bello es solo la apariencia de lo que es socialmente aceptado.
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