Árbol viejo

Eran las tres de la tarde cuando dejó de llover. Los dos se habían refugiado al abrigo del viejo árbol que apenas se mantenía en pie. El árbol estaba a un cuarto de hora de camino del pueblo. Diana disfrutaba ese lugar al que la curiosidad la llevó de pequeña. Tiempo después convenció a Claudio a que le hiciera compañía. El trillo seco y cargado de espeso polvo, junto a la mala hierba de los bordes, indicaba el camino.

—No pienso venir más a este sitio —dijo Claudio al estirar el brazo para comprobar si había escampado—. Renuncio a caminar tanto para arruinar la ropa de esta manera.

—¿Cómo es posible que digas eso? ¿Que después de tanto venir no te hayas adaptado?

—No me arrepiento, pero ya no somos los niños que veníamos a jugar. Allá en el pueblo hay mejores lugares donde ir, además….

—¿Mejores lugares dices? —interrumpió Diana sobresaltada—. ¿Qué podrás encontrar en otro lugar que no tengas aquí? Últimamente dices cosas a las que no le veo sentido.

—Tienes razón —respondió Claudio un poco aturdido—. La sombra de este árbol ha refrescado el calor de largas horas de camino. Ha brindado frutos que calmaron el hambre de viajeros y soldados de este país. Cuenta mi padre que cuarenta años atrás, cuando la guerra descontrolada mezclaba los rostros de los enemigos entre sí, este sitio era prodigioso y estratégico. Los árboles frutales se perdían a lo lejos. La mirada no alcanzaba para verlos todos a la vez. Varias veces fue sitio de campaña de los ejércitos que se tomaban una tregua para alimentarse y darle descanso a la tropa. Tener dominio de estas tierras fecundas, era un paso por delante y un golpe ventajoso en la contienda. En sus ramas se escondieron fusiles introducidos al país clandestinamente. En otras ocasiones, este árbol fue muralla de fusilamiento o cómplice de concupiscencias. 
» Dice mi padre además que después de la guerra, cual señal de verdadera paz, sobrevino un período de sequía extenso en el que se incendió el bosque exterminándose todo vestigio de vida vegetal. Cuando la esperanza de los vencedores se agotaba llegaron tres días de una lluvia ininterrumpida y milagrosa que resucitó al árbol. Este ejemplar tiene mi admiración, pero necesito ir a conocer el mundo, ver otras personas, vivir nuevas costumbres, amar a mujeres que recordaré a mi regreso.

—Buscar el amor no garantiza su hallazgo ni su conquista —continuó Diana—. Sabes que desde pequeña vengo aquí. Mi padre apenas tenía la edad de nosotros cuando solía venir. En este sitio conoció a mi madre. Bajo este árbol se enamoraron con lentitud. En la distancia mi mamá contaba las horas para volver. Hablaban de planes futuros, de sueños concebidos. Desde aquí escaparon del dominio familiar y la fuga de mi madre le costó a mi papá el repudio de casi todo el pueblo.   

—Lamento interrumpirte, pero debemos marcharnos —dijo Claudio en un susurro—. Cuando lleguen las cuatro de la tarde no podemos estar fuera de casa. Desde ayer anunciaron esa prohibición para contener un poco la cantidad de personas enfermas. 

De camino a casa pensaba en cómo decirle a Diana lo que sentía por ella, mientras ella disimulaba la atención que le ponía a cada movimiento de Claudio. A la entrada del pueblo Diana se preguntó si algún día repetiría con él, la experiencia de sus padres.

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