Muchos son los lectores, escritores y expertos en literatura que aseguran que un buen comienzo en una novela es algo fundamental, necesario e imprescindible. Yo coincido con esta postura, y creo que hacía años que no encontraba unos primeros párrafos tan buenos en nada escrito (o reencontraba, ya que ha sido una relectura necesaria). Así que permitidme dejar algunas frases del principio de Últimas tardes con Teresa, de Juan Marsé.
“Caminan lentamente sobre un lecho de confeti y serpentinas, una noche estrellada de septiembre, a lo largo de la desierta calle adornada con un techo de guirnaldas, papeles de colores y farolillos rotos: última noche de Fiesta Mayor (el confeti del adiós, el vals de las velas) en un barrio popular y suburbano, las cuatro de la madrugada, todo ha terminado. Está vacío el tablado donde poco antes la orquesta interpretaba melodías solicitadas, el piano cubierto con la funda amarilla, las luces apagadas y las sillas plegables apiladas sobre la acera. En la calle queda la desolación que sucede a las verbenas celebradas en garajes o en terrados: otro quehacer, otros tráfagos cotidianos y puntales, el miserable trato de las manos con el hierro y la madera y el ladrillo reaparece y acecha en portales y ventanas, agazapado en espera del amanecer. El melancólico embustero, el tenebroso hijo del barrio que en verano ronda la aventura tentadora, el perdidamente enamorado acompañante de la bella desconocida todavía no lo sabe, todavía el verano es un verde archipiélago. Cuelgan las brillantes espirales de las serpentinas desde balcones y faroles cuya luz amarillenta, más indiferente aún que las estrellas, cae en polvo extenuado sobre la gruesa alfombra de confeti que ha puesto la calle como un paisaje nevado. Una ligera brisa estremece el techo de papelitos y le arranca un rumor fresco de cañaveral.
La solitaria pareja es extraña al paisaje como su manera de vestir lo es entre sí: el joven (pantalón tejano, zapatillas de basquet, niki negro con una arrogante rosa de los vientos estampada en el pecho) rodea con el brazo la cintura de la elegante muchacha (vestido rosa de falda acampanada, finos zapatos de tacón alto, los hombros desnudos y la melena rubia y lacia) que apoya la cabeza en su hombro mientras se alejan despacio, pisando con indolencia la blanca espuma que cubre la calle, en dirección a un pálido fulgor que asoma en la próxima esquina: un coche sport. Hay en el caminar de la pareja el ritual solemne de las ceremonias nupciales, esa lentitud ideal que nos es dado gozar en sueños. Se miran a los ojos.
Están llegando al automóvil, un “Floride” blanco. Súbitamente, un viento húmedo dobla la esquina y va a su encuentro levantando nubes de confeti; es el primer viento del otoño, la bofetada lluviosa que anuncia el fin del verano. Sorprendida, la joven pareja se suelta riendo y se cubre los ojos con las manos. El remolino de confeti zumba bajo sus pies con renovado ímpetu, despliega sus alas níveas y les envuelve por completo, ocultándoles durante unos segundos: entonces ellos se buscan tanteando el vacío como en el juego de la gallina ciega, ríen, se llaman, se abrazan, se sueltan y finalmente se quedan esperando que esa confusión acabe, en una actitud hierática, dándose mutuamente la espalda, perdidos por un instante, extraviados en medio de la nube de copos blancos que gira en torno a ellos como un torbellino.
Una vez comienzas es imposible dejar de leer.
Leí esta novela por primera vez siendo adolescente. A comienzos de septiembre de este 2022 la retomé y ha sido como leerla por primera vez. Si ya me gustó hace décadas, ahora mucho muchísimo más.
Aunque las novelas de Juan Marsé se han intentado enmarcar dentro de la novela social de los años cincuenta (del S. XX), creo que es difícil encuadrar su escritura solo de esta forma. Lo que Juan Marsé escribe es algo casi imposible de clasificar, va mucho más allá de la novela social, y tenemos un gran ejemplo en Últimas tardes con Teresa.
Centrándonos en la historia, como curiosidad contaré que el propio autor creía que los personajes tal vez le habían salido algo desfigurados, caricaturizados, así lo dijo en varias entrevistas. Teniendo en cuenta la admiración que siempre promulgó por Valle Inclán y por sus esperpentos, no es de extrañar que la influencia del dramaturgo (también poeta y novelista) tuviera algo que ver con estos resultados.
En esta novela, considerada obra maestra de la literatura española, todo es magnífico, hasta la narración es especial, diferente; encontramos un narrador principal en tercera persona omnisciente, eso sí, cargado de opiniones, pero también se otorga la narración a algún personaje de una forma totalmente orgánica para entrar en sus pensamientos y forma de ver la realidad, y, a menudo, los diálogos no se limitan a exponerse con meras rayas de diálogo, van más allá.
Marsé, en su Últimas tardes con Teresa dibuja dos mundos antagónicos, dispares, opuestos: la rica burguesía catalana, descrita como un mundo de señoritos, pijos clasistas, cargados de prejuicios, el mundo al que pertenecen Teresa y su gente (sus padres, amigos, Mari Carmen Bori, Luis Trías, etc.) y el mundo del Carmelo, en el que conviven en la pobreza más absoluta los inmigrantes como Manolo (llamados genéricamente “murcianos” o xarnegos, sin que importe que el Pijoaparte – Manolo- sea andaluz) con todo un paisaje de personajes rodeados de delincuencia o inmersos en ella (como Las Sisters, El Cardenal, Bernardo…). Entre los dos mundos tenemos a Maruja y su familia, inmigrantes, pero con trabajo estable al servicio de la burguesía, y que juegan el papel de nexo. Así es como Manolo llega a conocer a Teresa.
En esta novela el Pijoaparte, Manolo, quiere cruzar la línea entre el Carmelo y San Gervasi buscando medrar, salir de la precariedad y la miseria, y Teresa, una niña bien, quiere acercarse a él por romper las reglas, por quien cree que es (un obrero luchador y no un delincuente común) y porque piensa que él tiene todo lo que añora y falta en sus amistades burguesas. Cuando se encuentran y empieza su historia, Manolo deja de contemplar a lo lejos, casi sin creérselo mucho, a la clase acomodada, y Teresa lo exhibe ante sus conocidos como un premio.
Hay quien tilda a Últimas tardes con Teresa de simple novela romántica con crítica social, pero es mucho más, el manejo del lenguaje de Marsé es absoluto, el humor inigualable, las descripciones son casi recreaciones de un verano Barcelonés de los 50, y los temas políticos y la crítica social cargada de tono burlesco hacia los jóvenes rebeldes que se autoproclaman abanderados de una revolución sin saber (ni que les importe) nada sobre el pueblo real, son un compendio de géneros mezclados de una forma única.
Si quieres leer una novela realista, cargada de descripciones y personajes inigualables, esta es tu novela. Es una lectura imprescindible y no dejará de serlo con el paso de los años para aquellos lectores capaces de disfrutar de una historia redonda, personajes vivos, de matices, de claroscuros y de realidad en cada una de sus páginas.
Una novela que leí hace años. Me encantó.
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