«La primera regla del club de la lucha es: nadie habla sobre el club de la lucha.»
El club de la lucha (1999) es una película estadounidense dirigida por David Fincher y protagonizada por Edward Norton y Brad Pitt, inspirada en la novela homónima de Chuck Palahniuk. La película sigue la trama de un grupo de lucha clandestino que busca la destrucción del statu quo. El filme centra el foco de atención en las ideas postmodernistas de consumismo, manteniendo a su vez una fuerte crítica a los modelos emergentes de masculinidad.
Pero, ¿qué es el postmodernismo? Desde un punto de vista artístico, podemos definir el postmodernismo como una corriente que tiene mayor apego por lo virtual que por lo real. El arte postmodernista se recrea con metáforas, ironías y juegos de apariencias que inducen a distintos estados mentales y emocionales ligados a la esquizofrenia, bipolaridad, etc. Sea como fuere, el consumismo aparece en escena para recrear modelos de vida que distan ampliamente de lo considerado previamente como natural.
El club de la lucha intenta criticar este modelo consumista en el que los medios de comunicación controlan todo el panorama y han logrado imponerse como la auténtica realidad del mundo gracias a la publicidad; de la misma manera, critica también las nuevas ideas de cultura popular que dominan la forma en la que nos definimos a nosotros mismos y al resto del mundo.
«Únicamente cuando se pierde todo somos libres para actuar».
La importancia del club de la lucha es destruir a golpes todo lo que nos encarcela. Es un vehículo que nos lleva rápidamente de lo virtual a lo real, una manera de hacer al ser humano sentirse vivo. En un mundo lleno de redes sociales, medios de comunicación y revistas, impera una falsa imagen que hay que destruir.
La propaganda sobre el producto llega a ser más importante que el producto. Estas ideas de consumo, según Palahniuk, nos dirigen a una sociedad de muertos vivientes, donde las personas no son más que meras proyecciones de lo que quieren ser. David Fincher, además, apunta directamente a importantes marcas del panorama como Starbucks (criminalizándola de alguna forma por el insomnio del protagonista), Calvin Klein o Tommy Hilfiger (por las ideas que nos venden sobre los cuerpos en sus pasarelas): «¿así tendría que ser un hombre?». Y es que no son pocas las críticas sobre lo aparentemente correcto.
«Enhorabuena. Estás a un paso de tocar fondo.»
Gracias a toda la deconstrucción del protagonista, El club de la lucha abre un prisma hacia lo que está «mal», y nos ayuda a posicionarnos de forma crítica contra lo previamente establecido, describiendo adónde nos llevaría una sociedad enferma por las apariencias y el consumo desmesurado.
¿Pero qué tiene de especial una película como esta? El arte postmodernista parece ser consciente de estas corrientes culturales y consumistas y luchan activamente contra ellas. Fincher recurre así a técnicas que nos acercan a la metaficción, haciendo al espectador partícipe del relato, y provocando una dicotomía entre lo real y lo ficticio para ayudarle a comprender la idea detrás de la ficción.
El personaje de Tyler Durden ayuda rompiendo la cuarta pared, señalando o explicando aspectos del propio cine, o enseñando imágenes explícitas de penes en pantalla, haciéndonos comprender que nosotros también estamos viendo una película.

«Me has conocido en un momento extraño de mi vida.»
Finalmente, y a modo de interpretación personal, la película acaba con la destrucción de ambos: el individuo y la sociedad. Y es que es justo en ese momento cuando nuestro protagonista trasciende, comprendiendo que el nihilismo extremo de su alter ego no lleva a ningún estado de plenitud; por esto, es libre de renacer y construir su propia identidad sin ser coaccionado por los medios de comunicación o su cultura. Por otra parte, la culminación del proyecto Mayhem tiene éxito, desmantelando por completo el sistema de deudas financiero, y dando también a la sociedad una nueva oportunidad para empezar de nuevo.

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