Cruzábamos la calle y
un golpe sordo
obligó a despedirnos.
Miraba tu cuerpo tumbado
desde la acera.
Tú parecías no sentir nada ya…
¿Por qué te quedas tumbado?
¿Ya no me sigues?
Mi corazón latía por los dos,
tan rápido,
sin saber por qué.
Lloraría si pudiera.
Gritaría si no fuese gato.
Sigo mirándote y tú
no te mueves.
Me quedo a tu lado, compañero,
viendo pasar a estos demonios
de metal
que ocultan mi llanto
con el chirriar de sus ruedas
sobre el asfalto.
Deja una respuesta