Veo caer las primeras hojas del otoño
a través del sutil vaho
que cubre las ventanas de tu dormitorio.
Tú aún duermes.
Todavía siento en mi espalda
cómo se clavaban tus dedos
mientras ahogabas tus gemidos en mi cuello.
Como si intentaras liberar unas alas
que ocultamos hace años.
Las hojas caen fuera
entre el ruido monótono de la lluvia ligera,
el ruido de los coches que pasan por la calle
y el canto de algunos pájaros
que se cobijan en los árboles cercanos.
Y te miro.
Las sábanas, echas un nudo a tus pies,
parecen tener miedo de cubrir tu piel desnuda.
Nuestra ropa, entrelazada en el suelo,
me recuerda a tus piernas
entrelazadas con las mías.
Vuelvo a la cama contigo.
Y que sigan cayendo las hojas,
allá afuera,
mientras te robo el sueño
con cada beso.
Y que me pidas follar
hasta que nos falte el aliento.
Y que este mundo de ensueño,
de infinito deseo surrealista,
desvanezca la lluvia,
el canto de los pájaros
y todo sonido ajeno a ti y a mí.