Esconde su cabeza entre las patas
porque le molesta la luz.
Y suspira.
Y en ese suspiro
se detiene el tiempo.
Vuelven los ruidos lejanos,
quizás sean más cohetes
del Domingo de Pascua,
y mueve sus orejas.
Alza la vista y me mira
como si fuese mi culpa.
Luego,
vuelve a esconder la cabeza
como si entre sus patas
se escondiese el silencio del océano.
Y parece haberlo encontrado
porque suspira de nuevo
y se pierde en el sueño
al compás de un ronroneo que se apaga.
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