Midsommar (2019) es una película dirigida por Ari Aster, y protagonizada por Florence Pugh (Dani Ardor en la ficción). La trama del filme transcurre en un festival de verano llamado Midsommar (Suecia), donde nuestra protagonista viaja con su pareja y varios de sus amigos por motivos académicos.
Lo interesante de este thriller es quizás la manera en la que Aster ofrece pistas sutiles sobre lo que está pasando. La narrativa de la película premia a las personas que contemplan cada uno de los detalles, pero no lo convierte en algo necesario para entender la reflexión que hace. Aster juega un papel importantísimo en hacer de Midsommar una película de terror que no está llena de «saltos» bruscos para hacer que el espectador sienta miedo; por el contrario, la delicada fotografía y las escenas pausadas a veces pueden incluso producir el efecto contrario. Midsommar explora y contrasta la importancia de la identidad del grupo frente a la del individuo; es decir, sitúa a nuestra protagonista en una encrucijada para que, mediante el apoyo de un grupo, consiga la felicidad colectiva sacrificando la individual.
Dani se enfrenta a su pareja y amigos varias veces en la película. Es una chica que no encaja de primeras en este festival —que resulta cruel y violento desde un principio—; además, sufre de ataques de ansiedad y pánico cuando presencia escenas que le hacen recordar traumas de su pasado. Su pareja hace que se sienta sola; la manipula y maltrata psicológicamente, pero ella soporta estas dinámicas de opresión porque no puede desprenderse de la única persona que le queda. ¿Es esto importante? A mi modo de interpretar la película, es esencial, pues los continuos enfrentamientos son lo que hacen que Dani empiece a entender que algo no está bien con ella misma. Cuando Dani intenta superar las cosas por sí sola, no puede, el mundo se le cae encima. Le falta el apoyo y la fuerza para lograr lo que quiere.
El grupo, por otra parte, opera como un ente que ayuda y arropa a nuestra protagonista cada vez que algo va mal. El director integra escenas icónicas donde hace comprender al espectador que cuando alguien del culto decide actuar, nunca lo hace solo. Todos están de acuerdo con las decisiones de sus integrantes —las comidas, los discursos, los juegos, incluso el sexo o la muerte—.
Ari Aster confluye estas ideas al final del filme en una escena donde integra a Dani como un nuevo miembro de esta peculiar sociedad, sufriendo con todos y disfrutando después, convirtiéndola en alguien de suma importancia, querida y arropada por el conjunto. Dani destruye su individualidad para desprenderse de sus traumas y dinámicas conflictivas, llegando a ser así la reina de mayo.