Se pasó el pañuelo por la cara buscando una opción para aliviar el calor que sofocaba el cuerpo. Llevaba varias horas esperando en aquella sala al señor Pérez, un psicólogo que atendía a quienes la pandemia había desequilibrado con mayor fuerza. Necesitaba a alguien que le dijera qué hacer con Laura. ¿Cómo es posible que ella pretendiera quedarse con la casa que en definitiva resultaba ser la casa de ambos? Es cierto que acostumbraba a irse de picaflor con la primera mujer que le atrajera, sin embargo, Laura conservó siempre el título de esposa. Y no el título; sino el deseo y la determinación. El deseo de volver después de sentir el pinchazo del recuerdo y la determinación de hacer lo posible y más, para que Laura lo aceptase de vuelta.
—Buenas tardes —pronunció Pérez al momento que abría un poco las ventanas—. ¿Me dicen que lleva largo rato esperándome?
—Es cierto, pero no se preocupe, vine preparado para esperar lo que fuese necesario —dijo Marcos pasando nuevamente el pañuelo por su cara.
—No obstante, le ruego me perdone la espera. Ahora dígame en qué lo puedo ayudar.
Marcos se incorporó en el asiento. Se sentía algo nervioso. Le resultaba incómodo hablar de su vida y de Laura. Quizás ella no lo entendiera, pero era su mujer y su destino. Incluso cambiaría sus vicios por el perdón.
—Doctor —hizo una pausa para ordenar sus argumentos—, resulta que hoy se cumplen tres meses de vivir con otra mujer que me convidó a toda clase de cosas descabelladas que me ataron el corazón a punto de llegar a depender de ella para sentir, para vivir, para seguir. Se llama Suzan y me encanta su piel morena azabachada. Tiene métodos sui generis para lograr sus deseos sentimentales y sexuales. Dormida es un paisaje incomparable. No hay mejor desayuno que el café que viene de sus manos, ni pan más tibio que su lengua y su pequeña oreja. Vive en el edificio de la avenida 41, el edificio que tiene una sucursal del Banco Metropolitano en los bajos. ¿Sabe? Ella dejó a su marido hace unos meses. Me contaron que era un médico de renombre según supe. Lo cierto es que, aunque me guste de manera tan especial he vuelto a sentir deseos de estar con Laura, de volver a mi almohada, a mis chancletas, a mi cepillo de dientes; a mi lugar.
—¿Cómo me dijo que se llamaba? —lo interrumpió el Dr. Pérez que organizaba la gaveta del buró buscando la navaja que siempre reposaba en su interior.
—Suzan.
—No, tengo claro quién es Suzan. Me refiero a su antigua mujer —dijo Pérez con interés.
—Laura, Laura Rodríguez Cats. Pero eso es lo de menos, lo peor es que Laura ha inventado una historia en mi contra. Siempre he tenido que esforzarme para conseguir retornar. Sé que para ella no es nada fácil volver con quien la ha abandonado. En ocasiones ha intentado rehacer su vida y entonces he llegado de inoportuno para inmiscuirme y exterminarle el intento de seguir sin mí.
Hizo otra pausa y una vez más se frotó la frente con el pañuelo. Era un reflejo que había adquirido en los últimos años.
—Ahora es distinto. Esta vez quiero volver para quedarme. Ya estoy cansado de mujeres ocasionales que me secan el espíritu.
Al tiempo que Marcos relataba su caso Pérez coqueteaba con la navaja. La abría y cerraba a intervalos, sin saber qué hacer con la falta de decisión.
—Doctor, la cuestión es que ahora tengo que vérmelas con un hombre del que habla Laura. Al extremo de pretender llevarlo a vivir para la casa. Bueno, para nuestra casa porque también es mía. ¿Sabe lo que significa? Estoy prácticamente acabado. Y debo tomar una determinación cuanto antes. No me quedaré sin nada en lo que se descubre la vacuna para la Covid-19. Soy capaz de hacer cualquier cosa con ese malparido. A fin de cuentas, no tengo qué perder.
Pérez se puso de pie y dio un ligero paseo por la consulta. En su bolsillo agarraba la navaja con fuerza. “Estás arruinado”, pensó al situarse justo detrás de Marcos. “Laura es una mujer singular y ahora que la he encontrado no dejaré que influyas”. Lo tomó por la barbilla y lo degolló con un corte limpio de navaja.
Un rojo negruzco humedecía toda la camisa. Nunca pensó que del cuello podría brotar tanta sangre. Los ojos de Marcos le apuntaban directo a la cara. Aquella mirada de triste profundidad le resultó un poco insoportable y le asestó un bofetón para desviarla. “No te quejabas de las mujeres que te secaban el espíritu, pues ahora no tiene ninguno”, le dijo al occiso y sonrió con descaro.
El teléfono se agitaba en el buró. Al descolgar, Pérez reconoció la voz de Laura que lo invitaba a cenar esa noche.