Nadie sabe cuándo exactamente surgió aquella tradición. Sábado tras sábado, los trokianos se aglomeraban en torno al árbol para darle tres vueltas y pedir un deseo. Una locura sin límite de edad. La práctica atraía desde niños gateando, hasta débiles ancianos con bastones en conjunto de tres patas. Las personas depositaban sus esperanzas en manos de la fantasía aun cuando podían trabajar, estudiar, robar, estafar o endeudarse para lograr sus metas. Nadie sentía curiosidad por descifrar el origen de aquella ceremonia, mas, era un reflejo incondicionado el afán de asistir al mítico encuentro con la naturaleza.
En la noche del último sábado de junio, el árbol fue derribado por un terrible huracán que arrancó de raíz el almacén de anhelos personales. Si bien es cierto que los trokianos lloraron desconsoladamente, pronto se mudaron a otro árbol desplazando la importancia del medio por la continuidad del hábito.
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