Fluyen los versos,
burbujean
se vuelven avalancha de fuego
tropiezan, se expanden
y se apagan.
No hay instante de paz
porque vuelven de nuevo,
se crecen, toman forma,
me seducen y me invitan
a inmortalizarlos
en un papel.
Pero torpe, los escribo
y se deshacen,
se vuelven una versión fea
descompuesta y,
a veces,
repugnante.
¿Cómo es posible que una idea
pierda su identidad
de la mente a los dedos?
¿Cómo es posible que un poema
solo sea un burdo retrato
de la emoción pura?
Y, sin embargo,
alguien lo lee y lo comprende.
De alguna forma, va más allá
de las letras, de las formas,
del poema mismo…
En ese instante
es cuando las letras
se vuelven poesía.
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