Cuentan los ancianos más jodedores de Troke que en la Confusión, su catedral menos elogiada y de mala muerte, se organizó el concurso anual de jóvenes trokianos. Más de un centenar de chicuelos ávidos de reconocimiento acudieron de las provincias del país. El requisito de la competencia era complejo, consistía en dejar sobre una hoja de papel la huella de aquello que más deseaba el concursante. No había limitaciones de estilos ni tamaño de las obras. Al vencer el tiempo definido para la creación, en las propias mesas de trabajo, el jurado evaluaría las creaciones y el veredicto sería publicado ese mismo día para júbilo de todos y como premio se satisfaría el deseo del ganador.
Enseguida empezó “la cosa”. Luego de seis horas de empeño, se anunció que todos habían terminado. Cuentan además que, en el trayecto del escrutinio, el jurado pudo apreciar al mismo tiempo cuentos y poemas; corazones, extremidades, herraduras, autos e insólitas lágrimas pintadas, pero la noticia sensacional fue la intervención de la policía para calmar el alboroto que causó el hecho de que, las cinco mujeres que conformaban el jurado, habían entregado el premio al muchacho que dejó una blanda muestra de semen sobre el papel.
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