Estaba sentado cerca de la ventana del salón.
Los últimos rayos de luz daban un tono anaranjado a las páginas del libro que tenía en mis manos.
Cuando la tarde estuvo a punto de desaparecer tras los edificios, un último destello hizo trasparentarse la página que leía dejando ver, a través, las palabras de la página anterior.
Dejé de leer.
En ese momento sentí la vulnerabilidad del atardecer, la sinceridad suicida que aparece cuando el día roza la noche. Y pude leer, más allá del papel, aquellas palabras que había leído minutos antes.
¿Será por eso que la tarde nos hace revivir con más fuerza capítulos anteriores de nuestra vida?
¿Será por eso que el recuerdo nos llama, casi a gritos, al final del día?
Sentía que la tarde se colaba entre las páginas de mi vida para hacer brotar, traspasando los límites del tiempo, aquellos momentos que dejaron huella.
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