Mi verano

La idea de verano siempre me conduce a 1998 o, quizás, a 1999. No sabría decir con exactitud el año porque el recuerdo del mejor verano de mi vida lo tengo mucho antes de ser consciente de todo lo que significa estar vivo. Puede que la idea de verano perfecto, al igual que para otros muchos, se remonte a esos años de infancia porque sea el momento en el que somos conscientes de todo lo que tenemos y sentimos sin prestar, apenas, atención a los problemas que nos rodean.

Hoy, vuelvo la vista atrás y me emociono, de nuevo, al mirar aquellos años con los ojos de un niño.

Aprendí a pescar en la madrugada, cuando la escasa luz de la luna convertía aquel pequeño anzuelo en una especie de enjambre de avispas cuando lo sacabas, vacío, del mar. Recuerdo la diversión de hacer carreras de comer gambas con mi primo y la sensación de que, después, todo nos olía a sal.
Nos dormíamos a las tantas entre las risas provocadas por el Grand Prix.

Aquel verano, también me mintió una estrella fugaz, pero no por eso deja de ser perfecto.
Aún recuerdo cómo se difuminaba su estela llevándose consigo el susurro de un deseo.

Y aunque ahora sepa que el verano termina a finales de septiembre, en aquella época siempre terminaba a la mañana siguiente de los fuegos artificiales de Tivoli World.

Publicado por Antonio J. Ramírez Pedrosa

Creador y promotor de Un cuaderno en blanco. Escritor de silencios.

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