Sobre la sutil y lejana melodía
que escapaba de aquel piano viejo
pude presentir el eco de tu voz
persiguiendo el ritmo
de esa canción improvisada.
La luz de los focos
daba brillo a las motas de polvo
que escapaban del escenario
en brazos de esa melodía
que nacía en tus labios.
También, la misma luz
hacía crecer las sombras y los fantasmas
entre los restos desdibujados
de quienes te escuchaban.
Yo tampoco quiero el miedo
a viajar lejos
contigo.
Tampoco quiero el miedo a tus silencios
ni a tus razonamientos sin sentido.
Tampoco quiero el olvido.
Un aplauso acalla tu voz,
vuelve muda toda música
y diluye el recuerdo
de este concierto imaginario.
¿Por qué siempre
se me omiten los nombres?
Y aunque me sirva la esencia pura
del pronombre,
el tú, el yo, el mío y el tuyo,
me es imposible describir
cómo me robaste ese pedacito de memoria
tras tu último suspiro.
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