Martes

Aquel martes no fue el típico martes de mierda.
A diferencia de otros martes, ese día pudieron disfrutar de una buena comida, a costa de otros, un ambiente de trabajo distinto, unas instalaciones distintas.
Disfrutaron de la posibilidad de aplazar ese martes de mierda al día siguiente. 
Algo bueno tenía que haber en atravesar la ciudad para asistir a una formación que ninguno de ellos buscaba.
Pasaron el día lo mejor posible. 
Salvo algunos sobresaltos.
Al final de la jornada, el tiempo llamaba a una despedida que ninguno de los dos quería. El sol iluminaba las mesas metálicas de la terraza de un bar, como si les indicase dónde debían sentarse.
Cuando tomaron asiento, aún quedaban restos de otra conversación en los vasos de café que había sobre la mesa.
Se miraban, alternando la mirada entre sus ojos y las pantallas de sus teléfonos móviles.
El camarero limpió la mesa, llevándose lo que quedó de aquellas conversaciones ajenas.
Sus cafés no tardaron en llegar. 
Se llenaron de recuerdos, risas y momentos mejores.
Se contaron todos sus días de mierda, no solo los martes. También había lunes, miércoles… incluso sábados.
Es curioso pensar cómo el café, cuando se toma con alguien, puede aliviar tu mente de esa forma.
El frío se podía percibir por sus mofletes rojos y por unas manos que abrazaban un vaso ardiendo. 
Un abrigo gris la cubría a ella. 
Un abrigo negro, desabrochado, le abrigaba a él. 
Al pie de una despedida, los corazones laten con tanta fuerza que el frío apenas se percibe.
Iban a seguir viéndose, pero quizá no como en aquel momento. No podían despedirse con un café, así que entraron para tomar una cerveza.
La cerveza empieza emborrachando el corazón y termina liberando la mente.
Aquella cerveza no fue una cerveza más. Quizá sería la última cerveza que tomarían juntos, aunque ambos se negasen a pensar eso.
La vida no siempre te permite disfrutar de momentos tan inocentes y triviales como tomarte algo con un amigo. 

Se prometieron que no sería la última.

Salieron a la calle y el frío les hizo retroceder unos pasos. Sin embargo, no pudo evitar que sonriesen, se plantasen en medio de la acera y se abrazaran. Un último abrazo, en el primer martes del año que no fue un martes de mierda.

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