Un viaje en tren

Viajar en tren es una de esas cosas que me gustan hacer de vez en cuando. Te permite ver paisajes que de ninguna otra forma se podrían contemplar.

  A veces, me gusta mirar por la ventana (siempre intento que mi asiento sea de ventana) e imaginar cómo serían los próximos minutos de esas personas que veo esperando cerca de un paso a nivel, labrando el campo, caminando por algunos caminos próximos a las vías…

  Me gusta viajar en tren cuando llueve. 

  Me gusta porque las gotas sobre la ventana desdibujan esa falsa realidad que percibo.

  También me gusta la niebla, aunque a veces no me deje ver casi nada. Aunque me da los suficientes detalles como para poder imaginar la realidad que yo quiera en ese momento.  

  Dejo salir una parte de mí a ese mundo abstracto que permite todo.

  Viajar de noche es distinto. 

  No por eso me gusta menos. 

  Es como viajar con los ojos cerrados. 

  La luz del interior del vagón no deja ver nada de lo que hay afuera.

  Alguien ya ha empezado a roncar.

  Hoy la luna llena brilla en el cielo, a pesar de haber estado todo el día lloviendo… Como si esta noche estuviese decidida a salir sean cuales sean las circunstancias y los planes del cielo. Esa luna es lo único que veo más allá de la ventana.

  Cosas como estas, el traqueteo sobre las vías, la delicada embestida que sufres cuando te cruzas con otro tren que viaja en camino contrario, a pocos metros…  Cosas como estas me hacen echar de menos viajar en tren.

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