Un niño mira la ventana
con la esperanza
de que se abra la tarde.
Ha llovido con fuerza
y los charcos se apoderan
de los jazmines del jardín.
Unos bostezos de luz
se cuelan por las nubes
y se detienen en su mejilla.
Sin querer ha sonreído,
como si la naturaleza le animara
a brindar un suspiro de inocencia.
La puerta aún sigue cerrada.
El verano ha llegado
y es el tiempo
de las flores que resisten.
Ayer cogió rosas, lirios y azucenas
para dárselas a su abuela
cuando todo descanse
Su madre está apoyada en la puerta
con un hueso que disecciona la glotis.
Ahora solo queda la esperanza
por recuperar la monotonía,
las horas muertas del tictac,
los paseos en el parque,
los atardeceres,
la vida.
Ritmo impecable.
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