Entonces, abrí la ventana,
di de cenar al gato,
me serví un café
y encendí la chimenea
para leer Silencio y otros poemas
de mi amigo Antonio J. Ramírez Pedrosa.
Era la fórmula perfecta
para encontrarte
entre el silencio y las letras
convertidas en poesía.
Tomé aire y leí de Aún es de noche:
Los pájaros aletean
Entre las sombras de las hojas.
Aún es de noche.
Miro al cielo.
Luego, pasé a Diez días de lluvia
y seguí con la mirada:
Diez días de lluvia
y tú
aún no vuelves.
Mis ojos se encontraron con el fuego
y un manto de nostalgia
abrazó mi soledad.
Llegué a Una despedida y versé:
Te fuiste
dejando la música
de tu risa
y el eco de tu voz.
Rompe el silencio, amor,
me descubrió frágil
y con la mente
al borde de la resignación:
Te busco en el fondo de esta taza
que ya solo contiene
una espuma que se consume,
como tu risa,
como tu voz.
Después del último sorbo a mi café
me topé con Más allá y sus versos,
que me regalaron esperanza:
Ojalá
Recordases los abrazos,
las sonrisas, cómplices
y aquellas caricias que te erizaban la piel.
Me incorporé
de aquel sillón viejo que me cargaba,
dejé la chimenea encendida,
apagué la luz
y de reojo, miré cómo la fogata
iluminaba el poemario Mi tiempo en tu reloj
que estaba junto a la leña.
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