Veo unos ojos que me miran
más allá del espejo
y no sé quién soy.
Observo estas manos que ahora
acarician mi rostro
recorren mi cuerpo
y siento extrañas.
Y, a veces,
se me ofrecen
como una extraña llamada
de auxilio.
Arranco la piel
para mirar más adentro
y nada.
Desgarro la carne
arrancando los tendones,
las entrañas
y todo
para acabar deshaciendo
los huesos
a golpes contra el asfalto.
Y me miro,
miro lo que queda
desde lo alto
sin comprender
cómo un saco de
sueños rotos,
recuerdos,
tiempo, hueso y carne
contiene todo cuanto creo ser.