Misión fallida

La línea del horizonte permanecía en todas direcciones. Se embarcó el 3 de septiembre con destino a la isla de Transfer, situada a cuarenta y ocho horas de viaje. Trascendental por las nudistas que hacían más placentera la estadía de hombres que perseguían un tiempo salvaje de placer. La travesía se hacía deleitable, pero las aguas comenzaban a agitarse a medida que avanzaba el tiempo. La ansiedad de la carne impidió que ni el capitán ni la tripulación avizoraran la aproximación de la tormenta que en media jornada provocó la zozobra de la embarcación. 

El esfuerzo que hizo por sobrevivir fue fatigoso. Cuando estuvo a punto de quemar las naves, agarró un pedazo de tronco y se aferró a él como si fuera la misma orilla. Cinco días estuvo a la deriva, agarrado al maltratado pedazo de mástil. El sol lo castigó de manera insoportable. La irritación de la espalda era asquerosa. Las ampollas no dejaban espacio libre. La ausencia de agua dulce le agrietó los labios y los parpados, la deshidratación se hizo inminente. Durante tres días y dos noches las corrientes marinas lo arrastraron hacia una orilla donde permaneció largas horas inconsciente.

Al despertar estaba tumbado sobre una vieja y cómoda cama. Ante sí encontró el negro rostro de un hombre curtido en años, que llegó a la salvaje isla veintitrés primaveras atrás y aún mantenía el anhelo de escapar.

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